martes, 21 de diciembre de 2010

Benedicto XVI a la Curia Romana


El Santo Padre Benedicto XVI ha tenido, ayer lunes, su tradicional discurso de fin de año a la Curia Romana. Normalmente hace una evaluación de los principales hechos y situaciones vividos a lo largo del año que se cierra. Son discursos particularmente importantes.

Esta vez, entre otros temas, destaca sin duda la referencia a la crisis por los abusos sexuales a menores protagonizados por sacerdotes. El Santo Padre ha citado una visión de Santa Hildegarda de Bingen, que vio a la Iglesia de su tiempo (s XII) con el rostro y su entera figura sucios por los pecados de los sacerdotes.

Transcribo abajo un párrafo que me ha parecido significativo. Una invitación a la conversión, dirigida a los pastores, en primer lugar. Dice el Papa:

En la visión de santa Hildegarda, el rostro de la Iglesia está cubierto de polvo, y así es como lo hemos visto. Su vestido está rasgado por culpa de los sacerdotes. Tal como ella lo ha visto y expresado, así lo hemos visto este año. Hemos de acoger esta humillación como una exhortación a la verdad y una llamada a la renovación. Solamente la verdad salva. Hemos de preguntarnos qué podemos hacer para reparar lo más posible la injusticia cometida. Hemos de preguntarnos qué había de equivocado en nuestro anuncio, en todo nuestro modo de configurar el ser cristiano, de forma que algo así pudiera suceder. Hemos de hallar una nueva determinación en la fe y en el bien. Hemos de ser capaces de penitencia. Debemos esforzarnos en hacer todo lo posible en la preparación para el sacerdocio, para que algo semejante no vuelva a suceder jamás. También éste es el lugar para dar las gracias de corazón a todos los que se esfuerzan por ayudar a las víctimas y devolverles la confianza en la Iglesia, la capacidad de creer en su mensaje. En mis encuentros con las víctimas de este pecado, siembre he encontrado también personas que, con gran dedicación, están al lado del que sufre y ha sufrido daño. Ésta es la ocasión para dar las gracias también a tantos buenos sacerdotes que transmiten con humildad y fidelidad la bondad del Señor y, en medio de la devastación, son testigos de la belleza permanente del sacerdocio.

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