domingo, 25 de septiembre de 2011

El verdadero poder de Dios

Hola Amigos.

He estado ausente de Mendoza, predicando los ejercicios espirituales al clero de una diócesis del Litoral. Ha sido una hermosa experiencia de fe.

Por eso, no he podido seguir tanto el viaje del Papa por Alemania, aunque he orado mucho por sus frutos. Leí, sí, el discurso del Santo Padre ante el Parlamento. Lo recomiendo vivamente.

Preparándome para la actividad pastoral de este domingo, leo y transcribo aquí un fragmento de la homilía de la Misa final en Friburgo. Comenta la hermosa oración de hoy de la liturgia, que dice así:

Dios todopoderoso,
que manifiestas tu poder en la misericordia y el perdón,
derrama sin cesar tu gracia sobre nosotros,
para que, deseando tus promesas,
nos hagas participar de los bienes celestiales.


Comenta el Santo Padre:

"Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia…", hemos dicho en la oración colecta. En la primera lectura, hemos escuchado cómo Dios ha manifestado en la historia de Israel el poder de su misericordia. La experiencia del exilio en Babilonia había hecho caer al pueblo en una crisis de fe: ¿Por qué sobrevino esta calamidad? ¿Acaso Dios no era verdaderamente poderoso?

Ante todas las cosas terribles que suceden hoy en el mundo, hay teólogos que dicen que Dios no puede ser omnipotente. Frente a esto, profesamos nuestra fe en Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Nos alegramos y agradecemos que Él sea todopoderoso. Pero, al mismo tiempo, debemos darnos cuenta de que Él ejerce su poder de manera distinta a como suelen hacer los hombres. Él mismo ha puesto un límite a su poder al reconocer la libertad de sus criaturas. Estamos alegres y agradecidos por el don de la libertad. Sin embargo, cuando vemos las cosas tremendas que suceden por su causa, nos asustamos. Confiemos en Dios, cuyo poder se manifiesta sobre todo en la misericordia y el perdón. Queridos hermanos, no dudemos de que Dios desea la salvación de su pueblo. Desea nuestra salvación. Siempre, y sobre todo en los tiempos de peligro y de cambio radical, Él nos acompaña, su corazón se conmueve por nosotros, se inclina sobre nosotros. Para que el poder de su misericordia pueda alcanzar nuestros corazones, es necesario que nos abramos a Él, que estemos dispuestos a abandonar el mal, a superar la indiferencia y a dar cabida a su Palabra. Dios respeta nuestra libertad. No nos coacciona.
Lo que verdaderamente, llama la atención, es el comentario que hace al evangelio de hoy. Los dos hijos: uno dice obedecer, pero no hace lo que manda el Padre. El otro dice primero que no, pero, al final, hace la voluntad del Padre. Añade Jesús:  "Los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis" (Mt 21, 31-32)

Benedicto comenta así esta frase de Jesús:

Traducida al lenguaje de nuestro tiempo, la afirmación podría sonar más o menos así: los agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios; las personas que sufren a causa de nuestros pecados y tienen deseo de un corazón puro, están más cercanos al Reino de Dios que los fieles rutinarios, que ya solamente ven en la Iglesia el boato, sin que su corazón quede tocado por la fe.
En fin.

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