El contacto asiduo con Jesús despertó en los discípulos inquietudes
profundas.
“Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”, es la súplica de Felpe a un
Jesús que acaba de declarar: “Si ustedes me conocen, conocerán también a mi
Padre” (cf. Jn 14,7-8).
San Lucas nos cuenta que, una vez, viendo a Jesús en oración, los
discípulos no pueden dejar de suplicarle: “Señor, enséñanos a orar, así como
Juan enseñó a sus discípulos” (Jn
11,1).
Jesús es realmente Maestro. Despierta la sed de la verdad en el corazón de
sus discípulos. Así su palabra, que es verdad, encuentra terreno fértil para
dar fruto abundante.
Jesús despierta inquietud, sed de verdad, saca a la luz las esperanzas más
hondas del corazón humano.
Despierta, sobre todo, la sed más profunda del corazón humano: ver el
Rostro de Dios, entrar en comunión con Aquel que es la Vida, el Dios vivo de
quien todo procede y hacia el que se dirigen todos los caminos del hombre.
Ese Dios al que Jesús está unido inseparablemente, es el Hijo amado, una
sola cosa con el Padre. Unido en la comunión del Espíritu.
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Como todos los años nos hemos puesto en camino hacia este santuario
dedicado a Nuestra Señora bajo el título entrañable de “María auxiliadora”.
Aquí también, gracias sobre todo a la labor ingeniosa, paciente y
perseverante, de los salesianos se despiertan las inquietudes más profundas del
corazón humano.
Este lugar es, a la vez, casa de María y escuela de vida para tantas
generaciones de niños, adolescentes y jóvenes que, en contacto cotidiano con el
trabajo del campo, la presencia cercana de tantos maestros -hombres y mujeres-
aprenden los secretos de una vida humana auténtica.
Sigue siendo un lugar de peregrinación para quienes tal vez ya no sean tan
jovencitos, pero que siguen sintiendo en lo más profudo de sí mismos la
inquietud de la verdad, la sed nunca acabada de contemplar el Rostro de Dios en
el rostro amable de la madre de Jesús.
¡Aquí sigue vivo el espíritu y el alma de Don Bosco! Él también supo
despertar los corazones jóvenes a la búsqueda de los secretos más hondos de la
vida.
Don Bosco, educador de alma, santo con la santidad de Jesucristo, seguí
educándonos para la vida, con el Evangelio en la mano.
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Días pasados, los obispos argentinos ofrecimos una palabra sobre algunos
aspectos de la vida de nuestra patria.
Con una imagen fuerte ofrecimos un diagnóstico complejo: nuestra sociedad
-dijimos- está enferma de violencia.
Están enfermos nuestros vínculos, nuestra manera de mirarnos y
reconocernos, unos a otros.
Pero no nos contentamos con esto. Recurrimos a la palabra de Jesús. Somos
pastores del pueblo de Dios, pero mucho más profundamente, somos creyentes y
discípulos que buscan en el Evangelio la palabra que ilumine la vida.
¿Qué encontramos? Algunas palabras sabias y luminosas de Jesús: “Del
corazón proceden las malas intenciones, los homicidios, los adulterios, las
fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las difamaciones” (Mt 15,19).
La consoladora enseñanza: “Dios hace salir el sol sobre buenos y malos y
hace llover sobre justos e injustos” (Mt
5, 45).
Pero sobre todo, la bienaventuranza de la paz: “Felices los que trabajan
por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,4).
Queridos hermanos y hermanas:
¿Qué traemos a los pies de María auxiliadora en este día de peregrinación,
de camino humilde y creyente?
Traemos nuestro corazón herido, para que Jesús lo cure. “El vínculo de amor
con Jesús vivo cura nuestra violencia más profunda y es el camino para avanzar
en la amistad social y en la cultura del encuentro” (CEA, Felices los que trabajan por la paz 10).
Aquí, en este santuario, donde Jesús Maestro despierta las inquietudes más
profundas del corazón humano, pedimos al Señor que sea además Médico que sane
nuestros vínculos, que nos enseñe a recobrar el valor de la vida, y a trabajar
para educar y educarnos para la paz.
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