martes, 17 de abril de 2012

Benedicto XVI

Hubiera querido escribir algo propio sobre los dos aniversarios del Santo Padre (cumpleaños y elección). No he podido. Aquí va un artículo de José Luis Restán que comparto plenamente. En medio de tanta charlatanería vacía, vale la pena encontrar unas pocas palabras consistentes. Las de Benedicto XVI pertenecen a las que resultan pocas e imprescindibles. Restán nos ayuda a comprenderlo.


Los 85 años y la paciencia de Benedicto

De las muchas cosas que he leído estos días sobre Benedicto XVI en torno a su 85 cumpleaños me ha impresionado un artículo del cardenal Kart Koch publicado en L´Osservatore Romano. Koch es suizo de habla germana, compartió con Joseph Ratzinger la aventura teológica de Communio, y sobre todo sabe lo que es sufrir en una diócesis centroeuropea por mantenerse fiel a la Tradición de la Iglesia y a la comunión con el Papa.

Profundo conocedor de la magna obra y del pensamiento del Papa Ratzinger, Koch ha elegido la imagen del grano de mostaza para describirla en esta ocasión. Confieso que al principio me quedé perplejo: ¡habría tanto que decir y nos quedamos con el grano de mostaza! A veces somos demasiado ligeros. El purpurado suizo describe con sencillez cómo el Señor siempre ha elegido gente sencilla, pobres hombres y mujeres con escasa influencia, que acogieron incondicionalmente el Evangelio y así renovaron la Iglesia desde dentro. El cambio, siempre necesario en un cuerpo vivo, no llega a través de las convulsiones revolucionarias ni a través de planes muy inteligentes, sino que sucede de un modo lento y orgánico, desde dentro. La posición justa del cristiano, advierte Koch, “sólo puede ser la del amor y la paciencia, que es el amplio respiro del amor”.

Y así llegamos al núcleo de la mirada de Benedicto XVI sobre la historia, sobre esta época y sobre el camino de la Iglesia. Nosotros, y empiezo por mí, nos inclinamos enseguida a realizar juicios contundentes sobre este tiempo, y pedimos por lo tanto medidas fuertes, órdenes claras, proyectos relumbrantes. Sentimos una lógica zozobra ante los males de esta época (que dicho sea de paso, pocos han descrito con la agudeza del Papa Ratzinger) y nos acongoja muchas veces la situación de la Iglesia en occidente. Y pedimos, claro está, medidas eficaces que propicien un cambio rápido de situación. Es curioso que en esto coincidan los que desafían a Roma con su rebeldía y los que la acusan de tibieza e indecisión.

Por el contrario el Papa ama la paciencia, consustancial al amor. Es algo que se descubre no sólo en cuanto dice y escribe, sino en cómo escucha y mira. Recuerdo ahora su homilía en la Cartuja de San Bruno, cuando hablaba del tiempo necesario para que la gracia de Dios actúe y para que la libertad del hombre se mueva. Es verdad que el grano de mostaza está llamado a convertirse en un gran árbol bajo el que se cobijan toda clase de pájaros, pero Benedicto XVI llama nuestra atención sobre el hecho de que la Iglesia debe tener siempre como punto de referencia su propio misterio, y no los planes que diseñan de antemano ese árbol a nuestra medida. La planta de la fe, el árbol de la Iglesia, sólo pueden crecer desde la profundidad de la tierra, y por eso subraya Koch que “al Papa no le importan tanto algunas reformas concretas, le importa que el fundamento y el corazón de la fe cristiana vuelvan a resplandecer”.

También en estos días me ha sorprendido la impresionante anticipación del joven Ratzinger sobre los problemas del presente, y el modo en que ha profundizado como Papa sus tempranas intuiciones. Por ejemplo si leemos la conferencia pronunciada por el cardenal Joseph Frings en 1961 sobre el Vaticano II frente al pensamiento moderno, que después supimos había sido escrita por su jovencísimo teólogo de confianza. Allí está ya toda la radiografía de este mundo posmoderno que Ratzinger disecciona con inteligencia y respeto, comprendiendo que la Iglesia tiene que acompañarlo en su zozobra y extravío para recuperar su deseo de justicia y de libertad orientándolo de nuevo al único fundamento de Cristo.

Allí descubrimos ya su claridad insobornable y su delicadeza increíble, su amor a la Tradición y su carácter innegablemente moderno. Allí se entiende cómo el Concilio no podía concebirse ni como ruptura ni como asimilación, sino como renovación en la continuidad del único sujeto de la Iglesia. Impresiona que la Providencia haya marcado desde tan pronto al hombre que debía completar esta obra trascendental para la misión cristiana en el siglo XXI.

El otro texto que ahora recuerdo se titula “Bajo qué aspecto se presentará la Iglesia del año 2000”, y recoge algunas charlas radiofónicas del entonces arzobispo de Munich. ¿Cómo va a asustarse un Papa que cuarenta años atrás había previsto con semejante nitidez la gran tormenta, y ya entonces señalaba el camino?: “Me parece seguro que a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera crisis apenas ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas. Pero yo estoy también totalmente seguro de lo que permanecerá al final: no la Iglesia del culto político... sino la Iglesia de la fe. Ciertamente ya no será nunca más la fuerza dominante en la sociedad en la medida en que lo era hasta hace poco tiempo. Pero florecerá de nuevo y se hará visible a los seres humanos como la patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte”.

A eso se refería en la homilía de la Misa crismal, cuando hablaba de esos ríos de vida que han significado tantos nuevos carismas regalados por el Espíritu en la época convulsa del posconcilio. Aprender la paciencia no es cuestión de ejercicios de autocontrol sino de acompasarse al respiro del amor de Cristo. Y esa es una melodía que Papa Benedicto conoce como nadie. Feliz cumpleaños, Santidad.

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