“Les aseguro que
desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con
ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre” (Mt 26,29).
De cara a su
pasión, Jesús mira hacia el futuro.
Sabe bien qué se
le viene encima. No es ni ingenuo, ni inconsciente, ni tonto. Sabe bien que la
cuerda está tensa y a punto de romperse. Él mismo, al expulsar los vendedores
del templo, ha sellado su suerte.
Había invitado a
seguirlo dispuestos a cargar la cruz. Ahora, la cruz comienza a dibujarse en el
horizonte de su propia vida.
Y Jesús mira
hacia delante, hacia el futuro, hacia el Reino. Mira, como ha hecho siempre, al
Padre. Ese es “su” futuro: el Padre.
Toda su vida y
ministerio público han sido un servicio al Reinado de Dios, especialmente entre
los últimos: los enfermos, los endemoniados, los leprosos, los pecadores,
resucitando al hijo de la viuda o su amigo Lázaro.
Sirvió al Reino
predicando, caminando, curando, perdonando y resucitando. Ahora lo servirá
entregando totalmente su persona.
Para eso ha
subido a Jerusalén, entrando en ella, humilde y pobre, montado en un burro. No
lo engañan las aclamaciones.
Jesús sabe que
está a punto de padecer en manos de sus enemigos, pero sabe con una ciencia
mucho más honda en las manos de Quién está: en las manos de Aquel a quien Él
mismo llama “mi Abba” (mi Padre), cuyo Nombre santo y lleno de ternura ha
puesto en labios de los pobres y pecadores.
Nos enseñó a
invocarlo así: “Padre nuestro…”
Recordemos ahora
algunas palabras de Jesús dichas al inicio de su ministerio, cuando todavía la
pasión parecía lejana. Decía:
No se inquieten
entonces, diciendo: «¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?».
Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo
sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y
todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana;
el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción. (Mt 6,31-34)
Ahora es el mismo
Jesús el que tiene que vivir a fondo este buscar primero el Reino, porque lo
demás (la vida y la resurrección) serán la añadidura. Ahora llega la hora de la
aflicción para Él.
* * *
Queridos hermanos
y hermanas:
Al entrar en la
Semana Santa, también nosotros, con Jesús y como Él miremos hacia el futuro.
Recordamos su
entrada en Jerusalén como primer acto de su gloriosa Pasión. Pero no lo hacemos para quedarnos fijos en el pasado.
Miremos esa copa
generosa de vino nuevo que Jesús compartirá con nosotros en el Reino del Padre.
Miremos también
nosotros el futuro de Dios. El futuro que es Dios nuestro Padre, en cuyas manos
están la vida y la resurrección.
Reavivemos la
esperanza. Y una esperanza activa, mucho más potente que la mera resignación.
De esa confianza
esperanzada nació la Eucaristía que hoy alimenta nuestro caminar y todas las
luchas más genuinas del ser humano: la lucha por la justicia, por la amistad
entre las personas, las sociedades y los pueblos; la lucha contra toda forma de
violencia, teniendo el coraje del perdón y de la reconciliación.
Jesús compartirá
con todos el vino nuevo de la vida en el Reino del Padre. Ese es nuestro
destino, y el de toda la humanidad.
Llevar esa
esperanza al mundo desanimado por el encierro del egoísmo es la misión que se
nos confía y que nos recordará, cada día, el ramo de olivo que llevaremos a
nuestras casas.
Tengamos así una
fecunda Semana Santa.
Amén
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