domingo, 13 de abril de 2014

Domingo de Ramos

“Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre” (Mt 26,29).

De cara a su pasión, Jesús mira hacia el futuro.

Sabe bien qué se le viene encima. No es ni ingenuo, ni inconsciente, ni tonto. Sabe bien que la cuerda está tensa y a punto de romperse. Él mismo, al expulsar los vendedores del templo, ha sellado su suerte.

Había invitado a seguirlo dispuestos a cargar la cruz. Ahora, la cruz comienza a dibujarse en el horizonte de su propia vida.

Y Jesús mira hacia delante, hacia el futuro, hacia el Reino. Mira, como ha hecho siempre, al Padre. Ese es “su” futuro: el Padre.

Toda su vida y ministerio público han sido un servicio al Reinado de Dios, especialmente entre los últimos: los enfermos, los endemoniados, los leprosos, los pecadores, resucitando al hijo de la viuda o su amigo Lázaro.

Sirvió al Reino predicando, caminando, curando, perdonando y resucitando. Ahora lo servirá entregando totalmente su persona.

Para eso ha subido a Jerusalén, entrando en ella, humilde y pobre, montado en un burro. No lo engañan las aclamaciones.

Jesús sabe que está a punto de padecer en manos de sus enemigos, pero sabe con una ciencia mucho más honda en las manos de Quién está: en las manos de Aquel a quien Él mismo llama “mi Abba” (mi Padre), cuyo Nombre santo y lleno de ternura ha puesto en labios de los pobres y pecadores.

Nos enseñó a invocarlo así: “Padre nuestro…”

Recordemos ahora algunas palabras de Jesús dichas al inicio de su ministerio, cuando todavía la pasión parecía lejana. Decía:

No se inquieten entonces, diciendo: «¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?». Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción. (Mt 6,31-34)

Ahora es el mismo Jesús el que tiene que vivir a fondo este buscar primero el Reino, porque lo demás (la vida y la resurrección) serán la añadidura. Ahora llega la hora de la aflicción para Él.

*    *    *

Queridos hermanos y hermanas:

Al entrar en la Semana Santa, también nosotros, con Jesús y como Él miremos hacia el futuro.

Recordamos su entrada en Jerusalén como primer acto de su gloriosa Pasión. Pero no lo hacemos para quedarnos fijos en el pasado.

Miremos esa copa generosa de vino nuevo que Jesús compartirá con nosotros en el Reino del Padre.

Miremos también nosotros el futuro de Dios. El futuro que es Dios nuestro Padre, en cuyas manos están la vida y la resurrección.

Reavivemos la esperanza. Y una esperanza activa, mucho más potente que la mera resignación.

De esa confianza esperanzada nació la Eucaristía que hoy alimenta nuestro caminar y todas las luchas más genuinas del ser humano: la lucha por la justicia, por la amistad entre las personas, las sociedades y los pueblos; la lucha contra toda forma de violencia, teniendo el coraje del perdón y de la reconciliación.

Jesús compartirá con todos el vino nuevo de la vida en el Reino del Padre. Ese es nuestro destino, y el de toda la humanidad.

Llevar esa esperanza al mundo desanimado por el encierro del egoísmo es la misión que se nos confía y que nos recordará, cada día, el ramo de olivo que llevaremos a nuestras casas.


Tengamos así una fecunda Semana Santa. 

Amén

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